jueves, 5 de abril de 2007

Cosmogonía Cristiana

Hay historias que si no fuese porque las aprendimos de niños como verdades incontrovertibles serían difíciles de creer.
Según el catecismo Ripalda que yo tuve que aprenderme de cabo a rabo de memoria, porque si no, no me dejaban marchar de vacaciones, Dios es un ser infinitamente bueno, sabio y poderoso, principio y fin de todas las cosas. Este magnífico ser, en virtud de su absoluta omnisciencia, tiene presente en su mente todo lo que pasó, todo lo que pasa, lo que pasará y hasta lo que pasaría, lo que, a mi al menos, me parecía, como se dice ahora, una auténtica pasada.
Pues bien, este extraordinario ser al que se supone absolutamente feliz desde la eternidad en su absoluta soledad autosuficiente, decidió un buen día, tal vez a causa de su infinito aburrimiento, cambiar su estatus y crear de la nada unos nuevos seres, los ángeles, espíritus puros aunque se desconoce en absoluto su utilidad. ¿Para distraerse? ¿Para que le hiciesen compañía? ¿Para que le adorasen? Naturalmente ninguna de estas hipótesis es explicable, por cuanto ninguna de ellas era necesaria. El caso es que, cualquiera que fuese la razón, los creó y empezaron a convivir con él, es de suponer que cada uno en su lugar. Juntos, pero no revueltos. Sin embargo esta pobre nueva gente adolecía de un fallo garrafal congénito: tenían una idea errónea de su exacta posición en el organigrama universal vigente; estaban desinformados o peor aún mal informados por su Creador de hasta donde podían llegar en sus atribuciones. Esto, querámoslo o no pone en entredicho el extraordinario poder, bondad y omnisciencia de Dios, ya que no es creíble que si hubiese sabido lo que iba a pasar, hubiese hecho lo que hizo. Lo cierto es que Dios se equivocó y cuando mas contento estaba con su obra, unas cuantas de sus nuevas criaturas, acaudilladas por un tal Lucifer, se revelaron contra él y al grito de "¡Non serviant!" se negaron en redondo a servirle, sin que sepamos muy bien qué tipo de servicios era el que prestaban.
Yo tuve una vez un perro que me trajo mi padre de Canarias con muy pocos días. Era un mastín canario al que puse por nombre Guanche. A Guanche, que era un perro muy inteligente, le enseñé desde el principio a obedecer mis órdenes sin rechistar y con muy pocas palabras: ven, vete, trae, échate, siéntate, espérame o nó, hacía exactamente lo que yo le decía. Era una delicia pasear con él por el campo, porque se acomodaba a mi paso bien andando o a caballo sin separarse de mi a menos que se lo mandase. Vivía en La Fábrica, nuestro habitual lugar de veraneo y cada verano, desde junio a septiembre me ocupaba de perfeccionar su educación y conocimientos. Cuando llegó de Canarias, pesaría tres o cuatro kilos, pero a los dos años pesaba más de setenta, mas que yo mismo, por lo que imponía con su sola presencia. Sin embargo seguía obedeciendo mis órdenes rigurosamente como siempre. Yo era entonces un chaval de unos catorce años y Guanche podría haberme arrancado un brazo de un solo mordisco. Pero no lo hacía porque estaba desinformado en sentido inverso al que lo estaban los ángeles. Guanche había sido "convencido" interesadamente por mi de que yo era su dueño y el único que allí partía el bacalao. Murió poco mas tarde al contraer "moquillo" enfermedad entonces mortal para los perros. No se si lo seguirá siendo.
Claro, para Dios no había problema alguno. Lo mismo que los creó de la nada, pudo haberlos vuelto a la nada sin mover un dedo. Pero no fue así, porque Dios los reservaba para incordiar en un futuro próximo a los seres que ya tenía in mente ir creando; los hombres.
Pasó el tiempo y Dios, no se puede decir que se levanto una mañana dispuesto a ejercitar su inventiva, porque al no haber Sol ni Tierra no había noche ni día, así que solo se dispuso a hacer nuevas cosas. ¡Lo que es el aburrimiento! Cuenta el Génesis que primero creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era soledad y caos y las tinieblas cubrían el abismo, pero el espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas. (literal) Entonces dijo Dios "Haya luz" y hubo luz. Parece que sorprendido, vio Dios que la luz era buena y la separó de las tinieblas y llamó a la luz día y a las tinieblas noche. No es nada extraña su sorpresa, por cuanto había inventado la luz antes que el mecanismo generador, el Sol que, de momento, seguía sin inventar. Dijo Dios después: "Haya un firmamento entre las aguas que separe las unas de la otras" y así fue. E hizo Dios el firmamento, separando por medio de él las aguas que hay debajo de las que hay sobre él. Y llamó Dios al firmamento cielo. Dijo luego Dios: "Reúnanse en un solo lugar las aguas inferiores y aparezca lo seco" y así fue. Dios llamó a lo seco tierra y a las aguas mares. A continuación lo dio todo por bueno y se felicitó por ello. Y así fue luego creando las plantas y árboles frutales, de los ornamentales o madereros no habla, pero los debió crear por la misma época. El sol, la Luna y las estrellas, vinieron después, curiosamente cuando como he dicho, había creado ya la luz que nacía de no se sabe donde. Finalmente los animales y el hombre, fabricado de un pegote de barro a su imagen y semejanza sin que se entienda muy bien la semejanza entre seres tan dispares.
Como se verá, la descripción "creacionista" peca de infantiloide por cuanto es la que podría dar un niño de pocos años y mucha imaginación, ayuno de cualquier tipo de conocimiento, a la vista de unos hechos absolutamente incomprensibles para él. Los exegetas de la Biblia, que se ven desbordados por tanta incongruencia dirán enseguida que la Biblia no es un libro de ciencia sino de religión y que lo único que pretende es enseñarnos el camino del cielo. ¡Vale!
Cada especie animal había sido acompañada de su correspondiente pareja. Sin embargo al llegar al hombre se había olvidado por completo de la pareja. Pero, Dios, pensándolo bien, rectificó después. "No es bueno que el hombre esté solo". De eso ya tenía Dios suficiente experiencia y sumiendo a su criatura, Adán, en un profundo sueño, de una de sus costillas creó a Eva, sin que se explique por qué no utilizó para Eva el mismo material que había utilizado para Adán, mucho mas barato y abundante. Cuando Adán despertó del sueño, en un asombroso alarde de intuición, se quedó mirándola y dijo: "Esta es carne de mi carne". Seguramente había echado de menos la costilla.
Compareció luego Dios ante ellos y les explicó que eran los "legítimos dueños de la Tierra" y de todo cuanto contenía con una sola salvedad: debían abstenerse de comer la fruta del árbol del bien y del mal que había plantado justo en el centro del Paraíso, a un tiro de piedra de su hábitat normal, para que la tentación fuese permanente. El árbol, al parecer, se pensó siempre que era un manzano, aunque últimamente se duda de que así fuese y bien pudo haber sido un castaño. ¡Cualquiera sabe! Como se puede ver, tan temprano en el devenir de la historia se instituía este título, "Legítimo propietario de la tierra", que marcaría ya para siempre la categoría de los humanos. Unos, los "legítimos" y otros, infinitamente mas abundantes, los "miserables".
Pero esta nueva pareja creada adolecía del mismo fallo garrafal congénito que los ángeles creados anteriormente con tan mal resultado. Desconocían lamentablemente el punto exacto de su ubicación en el organigrama creacional. No tenían puñetera idea del lugar exacto donde estaban de pie. Esto, unido al lapso de aburrimiento que pasó desde su creación hasta que se dieran cuenta por si mismos de lo bien que se podía pasar utilizando el sexo como eventual juguete gratuito e inagotable, pues no parece que Dios les informase puntualmente sobre este tema cuando había dejado de informarles sobre extremos mas importantes para su existencia, dio lugar a que cualquier día uno de los animales creados, la serpiente, sin que se especifique cual de sus innumerables variedades, en un descuido de Adán, ocupado en ese momento en podar los rosales, convenciese a Eva, que practicaba como cada mañana el "marujeo" y por supuesto tenía muy poca experiencia, para que comiese precisamente del fruto del árbol prohibido y a continuación, le ofreciese el mismo fruto a Adán. Dicen que mas pueden un par de tetas que el mismo número de carretas, Adán picó y se tragó el anzuelo sin más trámite. Al momento se dieron cuenta de que algo iba mal al percatarse súbitamente de que estaban desnudos por lo que corrieron ambos a ocultarse en la espesura.
Tenemos que reconocer que en esta parte de la historia bíblica se dan varias incongruencias específicas. En primer lugar, que uno solo de los animales creados se ponga a hablar (que sepamos ninguno hablaba) para meter a Eva en tales vericuetos, parece, como poco, sorprendente y un tanto sospechoso. Los exegetas bíblicos nos dirán enseguida que fue el diablo (se supone que alguno de los que fallaron en la tanda anterior) el que se introdujo subrepticiamente en la serpiente para causar el desaguisado y ya se sabe que los diablos tienen muy mala leche y además debían estar bastante cabreados. Pero lo que se entiende menos es que Dios, que lo debía saber todo de antemano, no pusiera remedio a la cuestión antes de lo irremediable y no metiera en cintura a los diablos antes de que le fastidiaran el nuevo invento. Por el contrario, Dios se sorprende mucho de lo que está pasando y a grandes voces regaña a la pareja que se defiende como puede ocultando sus vergüenzas con "una hoja de parra" (se supone que Eva usaría tres) cuando es seguro que habrían encontrado fácilmente en el Edén una hoja de plátano que les habría servido mucho más eficientemente. Pero Dios, que está muy cabreado con ellos, se muestra intransigente y no acepta ninguna de sus excusas. Les condena a ganar el pan con el sudor de su frente a él y a Eva a parir sus hijos con dolor y a ambos a morir a su debido tiempo. A la serpiente la condena a arrastrarse de por vida sobre su vientre (no se sabe cómo era antes) y enemistarla de por vida con la mujer. Se desconoce si los ratones y arañas tuvieron alguna implicación en los hechos, pero inexplicablemente padecieron la misma condena. Lo más sorprendente es que esta misma condena fue también extendida a todos los descendientes de ambas especies que no sabemos que tuviesen alguna culpa. Como acabamos de ver, las experiencias creadoras de este Dios, infinitamente bueno, sabio y poderoso, contra todo pronóstico fueron nefastas. Es posible que también fuera infinitamente sádico.
Pero no acabó aquí la cosa. Cuando al fin Adán y Eva, como no podía ser menos, descubrieron por casualidad las delicias del sexo, tuvieron, de momento, dos hijos Caín y Abel y por una cuestión de celos, en la que el propio Dios no estaba exento de culpa, por preferir los regalos de Abel a los de Caín, Caín mató a Abel protagonizando el primer homicidio-fratricidio de la historia, pero tampoco esto fue lo último. Dios que, con razón, estaba muy descontento con su obra, decidió un día aniquilarla, pero no del todo. Se buscó a un buen hombre, calafate de profesión, llamado Noé, al que mandó construir un barco suficiente para albergar a toda su familia y una pareja de todos los animales existentes y se supone que forraje, alimentos y agua suficiente para todos ellos (era un señor barco) y un buen día, dio la orden de embarque y se lió a llover cuarenta días y cuarenta noches seguidos ¡un verdadero diluvio!¡la tira de litros por metro cuadrado, hora tras hora, día tras día! hasta que se inundó todo lo inundable y murieron ahogados todos cuantos no habían entrado en el barco, personas y animales. Bueno, los peces y los pájaros que pudieron recalar en el barco, tuvieron mas suerte.
Luego vino lo de Sodoma y Gomorra y otras venganzas de Dios contra los que no se portaban debidamente. ¡Que gente!, ¿quién les enseñaría tanta cosa mala? Pero lo peor vino después. Al ser Dios un ser infinito, el agravio cometido contra él por nuestros primeros padres era también infinito y la posible expiación tendría que ser teóricamente también infinita. Dios es muy justo y toda la humanidad y seguramente todos los animales sufriendo juntos por toda la eternidad no tenían la mas remota posibilidad de redimir tan enorme pecado cometido contra Dios. ¿Cual podría ser la solución a tan grave problema? Pues sencillo. El único que podría solventar el caso con garantía, sería el mismo Dios. Pero claro, Dios, como tal, no podía caer tan bajo de someterse a sufrir un castigo por las faltas de los hombres, faltaría menos, así que diseñó una martingala que le resolviera la cuestión. Hacía falta un hombre que al mismo tiempo fuera Dios: un hijo suyo. ¡Genial! ¡Tenemos que reconocer que Dios es también infinitamente listo! Se busco a una doncella lo mas pura posible a la que se anunció mediante un ángel de los buenos, Gabriel, creo que se llamaba, la decisión del Altísimo. ¡El Espíritu Santo te cubrirá con su sombra! Ella no opuso mayor reparo a que el Espíritu Santo la cubriese con su sombra, a falta de otra cosa mejor, por lo que contestó "Hágase en mí según tu palabra" y se quedó embarazada de Jesús, el hijo de Dios. Para cubrir el problema del extemporáneo embarazo de María, la casaron con José, un pobre carpintero que como es natural no había tenido arte ni parte en el asunto, pero se tragó la divina comedia a pies juntillas. Indudablemente, este José debía ser un buen creyente. Poco después, en un pesebre y rodeado de gran prosopopeya (estrella que se posa en la puerta del establo y tres reyes que llegaron de oriente, -aunque el negro mal pudo llegar de oriente- para adorarlo y traerle regalos) Inexplicablemente, toda esta parafernalia no dio pistas al Rey Herodes para saber quien era su posible rival en el trono y se dedicó, celoso, a pasar a cuchillo a todos los infantes de la región, sin que nadie se repuchara, porque en aquel tiempo, como mucho mas tarde, los reyes se las traían. Afortunadamente, Jesús pudo salvarse mediante el oportuno chivatazo o como hoy se diría, manejando "información privilegiada" que ya entonces existía. Cuando la hoy tierna figura alcanzó la edad adecuada, treinta y tres años, mediante una hábil conjura en que se mezclaron los interese políticos de los gobernantes judíos y romanos, apresaron a Jesús en la madrugada de un lunes, en un huerto de olivos donde se había retirado a descansar con sus amigos después de un domingo de ramos y jolgorio para que expiase las culpas del pecado original que habían cometido nuestros primeros padres (lo de la fruta del árbol del Paraíso) la tira de años antes. Teniendo en cuenta que entre uno y otro hecho habían existido en el mundo mundial culturas tan importantes como los hititas, los sumerios, los medos, los persas, los chinos, los egipcios y se supone que muchas más desconocidas u olvidadas por mi, mucho tardó Dios en subsanar el fallo. Lo sometieron a unas cuantas tropelías (Empellones, flagelación, corona de espinas y crucifixión) aunque no tantas como las que posteriormente aplicaron sus acólitos a los disidentes en los tiempos de de las Cruzadas, la Inquisición y otros de infausta memoria.
Sin embargo, andando el tiempo, ya a finales del Siglo XIX, aparecería en Europa un científico llamado Carlos Darwin que después de un largo viaje alrededor del mundo en el navío Beagle y prolijos estudios posteriores, publicó un libro con el título "El Origen de las Especies", donde sostenía que el hombre (en realidad todas las especies) es producto de la evolución de un ser inferior, que pasando por los homínidos (Australopitheco, Homo Habilis, Pithecantropo, Homo Sapiens, Hombre de Neanderthal, y Cro-Mañon) en el transcurso de muchos millones de años ha llegado a su ser actual. Según esto, no existieron Adán ni Eva ni la historia subsiguiente que cuenta la Biblia, que no está escrita por Moisés, sino por autores varios y en épocas diferentes y no es mas que una recopilación inconexa de hechos relatados muchos miles de años antes por autores indios como los Vedas o sumerios como la Epopeya de Gilgamesh. Es lo que se sabe actualmente en todo el mundo científico y hasta el propio Papa Juan Pablo II lo reconoció en su día. Pero entonces, ¿para que sirvió realmente Jesucristo y su epopeya redentora? ¡No cunda el pánico! La Iglesia dará, cuando haga falta y en su momento, la explicación oportuna y por definición los creyentes la creerán a pies juntillas. Para eso son creyentes.
CONCLUSION. Es evidente que alguien o algo desconocido al menos por mí, creó alguna vez este Universo tan perfecto o imperfecto según se mire. Pero que ese ser sea el buen Dios, infinitamente bueno, sabio y poderoso que me enseñaron cuando era niño, es más cuestionable, a menos que también fuera infinitamente sádico. Como cantan mis paisanos en un conocido fandanguillo: No digo que si ni no, digo que si Dios existe, no tiene perdón de Dios.

Ignacio Gavira Pérez de Vargas

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