sábado, 7 de abril de 2007

Los Doctores de la Iglesia

LOS DOCTORES DE LA IGLESIA

Como todos los niños de mi generación con posibles, me eduqué en colegios religiosos. Pero como nunca pude apartar de mí la "funesta manía de pensar", alguna vez me expulsaron de clase por hacer inocentemente alguna pregunta impertinente que naturalmente quedaba sin contestar. Mas tarde, ya mayorcito, me dio por leer libros perniciosos (según me dijeron) que trataban principalmente de divulgación científica e historia novelada o no, que minaron mi fe hasta el punto de llegar a poner en duda algunos dogmas de la religión de mis mayores, la Iglesia Católica y Apostólica Romana. Yo estaba realmente acongojado, porque al parecer el único que llegaba a esas conclusiones descabelladas era yo y manifestar esas dudas por esa época, podía causar como poco pasar de inmediato al ostracismo. Con todo, me había entrado también la nefasta manía de escribir y hacía mis pinitos literarios colaborando sobre temas varios en el periódico local. En cierta ocasión, ya por los años sesenta, me llamó por teléfono mi padre, militar, muy alarmado, para decirme que había leído esa mañana mi colaboración periodística y que por decir mucho menos de lo que yo decía hoy en el periódico, había el visto fusilar a mucha gente en el 36. Que tuviese cuidado y no me destapase tanto. Pero como yo deseaba perentoriamente salir de mis terribles dudas, un día me confié a mi médico de cabecera, excelente galeno y entrañable amigo y en la soledad de su consulta, a deshora, le expuse algunas de mis dudas. Me miró de hito en hito y me contestó con una frase lapidaria: "Si quieres ser feliz, como me dices, no analices, Ignacio, no analices". Pero yo seguía erre que erre y cada vez que me encontraba en alguna reunión de entendidos solía introducir alguna de mis dudas dando por supuesto que el equivocado era yo y que la solución debía ser diáfana y concluyente. Pero, para mi sorpresa, nadie se aclaraba y el final era siempre asegurar muy seriamente que aunque ellos no tenían la solución, "doctores tenía la Iglesia que sabrían aclararla", que obviaba el problema sin resolverlo.
Pero un día ya cuarentón, casado y con varios hijos, estaba destinado en un pueblo cuyo párroco se hizo muy amigo mío, tal vez porque los curas tienen a gala que sus feligreses vean que ellos son capaces de trabar amistad con gente tan deplorable. Tomábamos café en la terraza de un bar y surgió el tema. Le planteé una de mis objeciones al dogma católico y esperé su respuesta. Después de pensarlo unos minutos, empezó a hablar muy despacio. Dijo: Ignacio, yo soy solo un humilde cura de pueblo y me siento incapaz de resolver tu duda. Pero, sin embargo, "doctores tiene la iglesia que de seguro te la resolverían". Era lo que yo estaba esperando. Le contesté: Verá Vd. padre. Yo llevo ya muchos años intentando resolver este problema y siempre me han contestado lo mismo que Vd. hoy. Hasta ahora nunca me he encontrado con ningún doctor de la Iglesia, pero estoy seguro de que Vd. debe estar cerca de alguno de ellos. Hagamos un trato. Yo le voy a plantear por escrito tres objeciones al dogma católico y Vd. se lo pasa al mejor de los doctores que encuentre y que, cuando quiera, me conteste también por escrito.
Pasó el tiempo. Mucho tiempo. Un día me volví a encontrar casualmente a mi amigo el párroco y le pregunté por el asunto. Me contestó que había entregado mi escrito al arcediano de la Catedral, pero que aún no le había contestado. Que volvería a insistir. Pasó más tiempo. Por fin un día se presentó en mi oficina algo azorado y sin sentarse me dijo: Me dice el arcediano que: "La soberbia de quien pretende pedir cuentas a Dios, no merece ninguna respuesta".

Ignacio Gavira Pérez de Vargas

No hay comentarios: